viernes, marzo 29, 2024
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Desahucios y niños: una realidad que encoje el alma

¿Qué dirán los ojos de un niño que ha visto a su familia empaquetar su vida y salir de su casa? Cómo explicarles que el juego ya no tiene lugar y que ahora su techo son las estrellas (por muy romántico que parezca) Que su casa, ahora, es como mucho una habitación y que, aunque tienen que asistir al colegio, van a tener que sufrir el rechazo y la vergüenza de no poder tener materiales, ni extra escolares, etc. ¿Cómo se le explica a ese niño que ha salido de la que era su casa que ahora ya no la tiene? Si se empatiza con él duele el alma, esa que traspasa su mirada.

Por mucho que se enmascare la realidad, como en la película El Pianista de Roman Polanski, la realidad es la que es: un desahucio con niños, sin lugar a dudas, va a quedar marcado en su recuerdo, con mayor o menor intensidad (dependiendo de factores externos e internos) Externos: que por suerte hayan tenido dónde recolocarse, bajo un techo así como del estado emocional en el que se encuentren sus progenitores para hacer frente por una parte a la realidad (un desahucio es algo muy duro de vivir) y por otro, a minorar en la medida de lo posible los efectos de esa situación en sus hijos. Por otros motivos internos como pueden ser: la edad de los menores y su grado de conciencia sobre la realidad hasta del colegio y de la empatía de compañeros y profesores. Otro factor, crucial, es el carácter del niño, pues evidentemente todos no reaccionan de la misma forma a los mismos hechos. Una ejecución hipotecaria marca.

Ante una situación así, los niños pueden sufrir una reacción de frustración y de vergüenza, que le lleven voluntariamente a retraerse del contacto social y también de sus propios compañeros. A nadie le gusta destacar por cuestiones negativas dentro de su grupo y menos por ser. Aquí es donde entra la aporofobia. Es entonces donde la reacción del profesorado, y del propio centro, juegan un papel importante. Pero no una vez detectado el caso, se está hablando que en las aulas debería educar en valores a los niños. Ya que, por desgracia, los desahucios están al orden del día. Y mañana, cualquiera de los compañeros de los hijos se puede ver en esta situación.

La aporofobia existe y aunque en estos ámbitos es difícil delimitarla como delito de odio es cierto que, en ciertas edades, y más sin una buena base como es la educación en valores, los niños pueden llegar a ser muy crueles. No solamente las agresiones físicas hacen daño; también lo hacen: los menosprecios, los rumores, la exclusión social a la que estos niños se ven abocados y de la que son víctimas en edades muy tempranas. Hay que concienciar a los menores de que actualmente, y por desgracia, no todo el mundo cuenta con la misma suerte y que a cosas que no se les dan valor (como puede ser una vivienda digna) es un bien muy preciado. Y que de la noche a la mañana mucha gente se ve privada de esta. Un derecho básico arrebatado de golpe y porrazo. Pero especialmente, y aún resulta más triste, un derecho universal al que muchos niños no tienen acceso.

La agresividad y la exclusión social debido a un desahucio no pueden, ni deben, ser utilizadas para favorecer una especie de “éxito social” del agresor. El niño, desahuciado, no debe normalizar su papel de víctima ante el agresor. Si es así, esto puede afectar a su autoestima y configurar sobre él conductas autodestructivas y, evidentemente, se verá repercutido en su rendimiento escolar. Por ello, hay que fomentar los valores entre los propios niños. Valores como: el derecho a la igualdad y la empatía. No exclusivamente dentro del aula: también esos valores deben fomentarse en el núcleo familiar, desde casa. Ese hogar que muchos niños no pueden disfrutar. No se puede ser pasivo ante estas situaciones, ya que como se dice: “si no eres parte de la solución, eres parte del problema.” Y a estos niños, desahuciados, no les hacen falta más problemas.

Una cosa son las noticias de moratorias que invaden telediarios en la actualidad, pero otra diferente es la realidad. Montones y montones de expedientes de procedimientos judiciales en los que hay familias pendientes de las diligencias de abogados, y porque no de su imaginación, para conseguir que legalmente sigan teniendo un techo. Se rompe el alma solo de pensar que alguna de estas familias pueda acabar en la calle. Siendo unos sintecho. Y a la intemperie no solo del frío, también de los desalmados que canalizan a través de la aporofobia su rabia y frustraciones. Y a ello, hay que sumarle el dolor de esos padres que deben sentarse a explicarle a sus hijos menores qué es un desahucio y sus consecuencias.

Un no a todo. Eso es un desahucio. Un no a la educación, un no a los juegos o juguetes, un no a los viajes y para un niño es mucho más largo y amargo el camino que, además de no entender lo que está pasando, ve a su alrededor que es el único que está sufriendo eso. Ya se sabe, ellos se comparan de forma constante. Y si no entiende por qué ellos no tienen ese o aquel juguete ¿cómo se quiere hacerles ver que es normal que ellos no tengan una casa? Ese hogar donde jugar, ser felices, soñar, etc. “Es muy triste hacer pasar a cualquier persona por un proceso como este, pero a un niño es deleznable. No entiendo como a los jueces no les tiembla el pulso cuando firman su sentencia (a muerte). Cuando no se plantean darles una segunda oportunidad a estas familias. Es muy triste, e inhumano, sentarse con estos clientes destrozados. No es plato de buen gusto decirle a tu hijo que ya no hay hogar”, explican.

Alamar se enorgullece de su hija; “ella es una de las personas más empáticas que conozco con este tema”. Quizás es porque esta niña ha crecido oyendo contar a su madre los pequeños triunfos que ha ido consiguiendo paralizando desahucios y protegiendo a esas familias y a esas casas desde que tiene tres años. Noches sin dormir en las que la pequeña preguntaba: “Mamá, ¿lo has conseguido? ¿Tienen casa?”. Activista y colaborativa, como su madre, en el banco de alimentos, mercadillos benéficos, etc. Ella, que lo ha vivido de otra forma, sería y es la primera en tender una mano a aquel niño que lo necesita. Hasta dejándoles a su madre, hasta altas horas de la madrugada, para que pueda ayudarles.

“Protejamos a los niños. Acompañémoslos. Pero, sobre todo: enseñemos a los pequeños a ayudar. Porque, desgraciadamente, más de uno se va a ver en la situación de tener un allegado a compañero de clase que va vivir un desahucio. Ayudemos desde casa. También desde el colegio a entender y apoyar y, especialmente, a evitar situaciones de bulling. Que esa aporofobia no esté presente en las aulas. Enseñémosles a luchar y ser creativos; a que la ley y la justicia se empiezan desde la realidad y la práctica. Pero sobre todo hay que tomar conciencia de que las ejecuciones se están llevando a cabo; que se dictan sentencias donde se expulsan de su casa (su hogar) a familias vulnerables. A niños que verán su vida marcada por una experiencia muy difícil de asimilar y olvidar. Hoy más que nunca, hay que alzar la voz por estos niños”, sentencian.

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